lunes, 28 de noviembre de 2011

* el placer de utilizar flores en la gastronomía *

Sabores exóticos y sorprendentes que pueden hacer la delicia de cientos de platos
Quien quiera que piense que cocinar con flores es algo novedoso o extravagante no tiene más que acercarse a los recetarios de la cocina andalusí para percatarse de que existen innumerables alusiones al uso de las flores en la cocina.
En la Historia
Si remontarnos siglos, comprobaremos el empleo culinario de las flores en culturas como la romana, la griega o la hindú. Además de un agradable sabor y aroma, hacen más atractivos distintos platos, vinos y licores. Las flores aportan matices de frescura y sabores inusuales que sorprenden al comensal. Aunque se utilicen de forma decorativa, sus llamativos colores y los atractivos olores que desprenden, no cabe duda que estimulan los sentidos. Son innumerables las flores que se emplean; desde pétalos de rosa recién cortados, magnolia, jazmín, flores de azahar, de malva, de mejorana, violetas, la hierba luisa, capuchina...
Cultura culinaria de las flores
En diversos países de Oriente, se usan desde tiempos antiquísimos las flores de rosa, del naranjo y el limón como condimento de deliciosos platos y como ingrediente de confituras.En los países bañados por el mar Mediterráneo se conoce más el uso culinario de las flores de calabaza y calabacín, bien de primer plato como de guarnición, rellenas, fritas, etc. La cultura gastronómica mexicana siempre ha destacado por los manjares de flores, aunque con el tiempo se ha ido perdiendo.Cocinar con flores
Eligiendo las Flores Adecuadas
A la hora de escoger flores para la cocina hay que seguir unas pautas tan rigurosas casi como con las setas, ya que las hay comestibles y también tóxicas. Ser precavido y tener claro no todas las flores se pueden comer, son dos premisas a tener en cuenta antes de consumir cualquier flor. Las flores de la floristería, por ejemplo, no son las más indicadas, ya que para mantenerlas frescas suelen añadir al agua conservantes que resultan tóxicos para la salud.
No obstante, cuando se cocina con flores, conviene seguir unas normas culinarias, tal y como se hace con el resto de alimentos:
- Procure que las flores realcen el sabor del alimento principal y que no lo enmascaren. - Consulte con un especialista en el tema en caso de dudar si una flor es comestible. - Coja las flores de día y con tiempo seco. - Recoja tan sólo las que se vaya a utilizar en ese momento.- Lave las flores con sumo cuidado en agua fresca, sin arrugar los pétalos.- Elimine los estambres, los pistilos y la base blanca de los pétalos para evitar que dén un gusto ligeramente amargo. - Una vez lavadas, déjelas colgando para que se escurran, séquelas con delicadeza con ayuda de una servilleta, cogiéndolas por el tallo.- Algunas flores se pueden secar para usar fuera de temporada, como la lavanda, el brezo o las rosas.- La mayor parte de las flores se pueden conservar en el frigorífico y aguantan frescas y en perfecto estado durante una semana.
Ejemplos de platos exóticos y sorprendentes
Los pétalos de rosas recién cortados, dorados en la sartén sin una gota de aceite y espolvoreados con azúcar hasta quedar escarchados. En países como Argelia o Túnez se emplean para perfumar platos como el cus cus y ciertos guisos de cordero. Su agradable aroma, su belleza y su sabor dulce las convierten en un atractivo ingrediente. Hoy día, se emplean frecuentemente en ensaladas acompañadas de frutas. Cuanto más perfumadas sean las rosas, más sabor y más olor dejarán en el plato.
Las ensaladas de pétalos de crisantemo o de magnolia, flores de jazmín y de hibisco son ideales como guarnición de las aves y los pescados.
Las flores de jazmín son muy utilizadas en Indonesia para perfumar platos de pollo y otras aves.o La flor de menta, de tomillo o de cebollino combinan estupendamente con el pescado. o En Europa, las flores se usan básicamente para aromatizar bebidas. En las ensaladas, se limitan a decorar; aunque cada vez es más frecuente encontrar mantequillas compuestas que se condimentan con pétalos de flores de jazmín, de naranjo o de limonero.
Las capuchinas, unas de las más utilizadas desde antiguo, debido a su sabor algo picante al principio recibían el nombre de berros de las Indias. Se emplea en ensaladas y combinan muy bien con perejil, estragón y cebolletas.
Las violetas combinan especialmente bien con las endibias y como relleno para tortillas. De sabor suave y delicado, se pueden consumir frescas, secas y confitadas.
La flor de lavanda es muy versatil y puede añadirse al conejo, al pollo y al arroz, así como emplearla para elaborar dulces y helados.
Las caléndulas eran muy apreciadas en la antigüedad por sus cualidades comestibles en La India, Grecia y algunos países árabes. Por su ligero sabor amargo, la caléndula se empleaba, junto con sus hojas para aromatizar caldos y bebidas.

viernes, 21 de octubre de 2011

*Inés Berton*Tea searcher-sumiller de Té*




A diez mil metros del piso, inmersa en la dulce luz de un crepúsculo perfecto, en medio de un vuelo plácido sin turbulencias, Inés Berton se retuerce: la pasa mal. Con el corazón acelerado y la frente perlada de sudor, aprieta un pañuelo de seda que la acompaña a todas partes y que forma parte de un pequeño séquito de supersticiones, su única defensa contra una muerte segura cuando el avión —aunque ahora nada lo indique— decida caer en picada y estrellarse contra la Tierra. Un dedo frío como la muerte le tuerce la columna. La voz cálida de un sobrecargo le ofrece una bebida, pero Inés —como siempre, como cada una de las veces en las que viaja en avión— no dice ni sí ni no: no puede respirar. “Si tomo una pastilla para dormir la paso bárbaro, pero si voy despierta sufro mucho”, confiesa. Inés Berton —tea searcher, sumiller de té, una de las doce narices del mundo capaces de distinguir cinco mil “notas” distintas y reconocer una cosecha con el sólo rastro de su aroma— vive más de la mitad del año fuera de Argentina, y buena parte de ese tiempo lo pasa en un avión. Y, aunque parece una paradoja ideada por algún demiurgo cínico, es altamente fóbica a los aviones. —Siempre viajé mucho, desde chica —dice sentada en la alfombra de tealosophy, la tienda de la elegantísima galería Promenade, en la Recoleta porteña, donde vende sus tés de marca propia—, pero un día viajé entre Buenos Aires y Nueva York con un amigo que tenía pánico al avión, y me contagió. Desde entonces, estuve a punto de perder mi trabajo varias veces. Llegaba al JFK porque tenía que ir a Londres y de ahí a la India a comprar cosechas de tés, pero en lugar de hacerlo me regresaba a casa. En la tienda hay latas de té, aromas diversos —clavo de olor, canela, manzanilla, jengibre, pimienta, maderas, humos, toronjas, naranjas, mandarinas—, muebles orientales, coladeras, cucharitas, teteras, cuencos. Cuando vuela, dice, sufre mucho. Pero excepto por esa breve pesadilla ella es feliz. Tanto como las princesas en los cuentos de hadas. Nacida en Buenos Aires en 1972, hija de una familia tradicional, fue a un buen colegio, aprendió idiomas y tuvo un solo anhelo: obstruirse las fosas nasales para no oler todo tanto, todo el tiempo. —Mi nariz era una tortura. Todos los olores me descomponían. De chica me quería operar. Era una pesadilla. No le gustaba oler, pero le gustaba pintar. Después de terminar el colegio, con la vocación extraviada, marchó a París, donde vivió un año sola, volvió a Buenos Aires, estuvo un tiempo y se fue a Nueva York. —Yo tenía 21 años. Pensaba quedarme una semana visitando a una amiga, pero me quedé siete años. Me gusta vivir en distintos lugares, sentir que el mundo es mi casa. En Nueva York empecé a trabajar en el museo Guggenheim del SoHo. En el subsuelo había una casa de té, The T. Emporium. Yo iba a tomar té, y me preparaba mis propias mezclas. Después los clientes decían: “Quiero lo mismo que ella”. Al fin Miriam Novell, la dueña, me ofreció trabajar ahí por dos y medio dólares la hora. En la trastienda de esa casa fue donde Inés encontró la vocación. Su nariz floreció al golpear con el aroma de las mejores cosechas del mundo: capullos de exquisito té blanco, chais de la India —preparados con clavo, jengibre, algo de pimienta y otras especias—, carísimos tés Oolong de la región de Fujian. Su nariz —desmesurada— ahora era un tesoro. —Un día Fumiko, una mujer japonesa que era como la reina del T. Emporium, que no me prestaba la menor atención porque yo era su empleada, me dijo: “A ver, haz un té”. Preparé uno con una hebra de un té verde que se llama Gunpowder Imperial, una base de té negro, rosas, lavanda y vainilla. Ese té terminó siendo uno de los mejores del mundo, porque lleva el único té verde que tiene el mismo tiempo de infusión que el té negro. El té verde infusiona en mucho menos tiempo que el negro, y yo encontré esta excepción a la regla. Es fantástico el resultado, porque te da el aroma del césped que tiene el té verde con la tierra del té negro. Y cuando Fumiko vio lo que había hecho me dijo: “Inés, te voy a enseñar”. Lo primero que me dijo fue: “Vamos a probar un matcha, sale en 70 dólares las dos onzas”. Es el té con el que se hace la ceremonia del té. Yo dije: “¡Buenísimo!”. Lo preparó… y lo escupí. Era espeso, amargo, una pesadilla. Lo hizo a propósito. Me quiso decir que no todo tiene que gustarte, que la euforia del principio tiene que bajar. Después empecé a ir al puerto de Nueva York a recibir las cosechas que llegaban en los barcos. Y con la gente de los barcos aprendí que el mundo del té es noble, de palabra. El té no es simplemente el té. Mi marca, tealosophy, es una filosofía de vida. De niña argentina con el olfato correcto en el lugar equivocado, Inés pasó a ser un ave extraña y exquisita: la única nariz de té femenina del mundo, entre otros once varones. Las narices se dedican a oler —al servicio de industrias como la perfumería y el té— y crear aromas que aún no existen a cientos de dólares la onza. Inés diseñó mezclas para el hotel Waldorf Astoria, la diseñadora Carolina Herrera, la firma Bulgari, el hotel Delano de Miami, la actriz Uma Thurman, los reyes de España y hasta el Dalai Lama. Este último le inspiró una mezcla de hojas de té blanco con jazmín que se abrían al primer golpe de agua caliente. Aprendió a amanecer en Nueva York y cenar en los jardines protegidos del sur de Shangai, a seguir la trayectoria de tifones y cambios climáticos para saber dónde estará el mejor Darjeeling de ese año, o el mejor Castleton Vintage o el más perfecto Margaret’s Hope, y viajar ahí y comprarlo. —Yo uso un té blanco que viene de jardines custodiados del sur de Shangai, y se llama Aguja de Plata. El año pasado había cinco kilos de ese té en todo el mundo y logré quedarme con tres. Las familias que lo cosechan no te lo dan si podés pagar el precio, te lo dan porque ven que respetás su cultura, que esto no es un negocio. En 2002 Inés Berton dejó su empleo en The T. Emporium, volvió a Buenos Aires y empezó a trabajar en tealosophy, su propia marca. Hoy sus infusiones se consiguen en los mejores hoteles y restaurantes del país, tiene desde hace poco su propio local en la galería Promenade, junto al lujoso hotel Alvear de Buenos Aires, y acaba de lanzar, por el sello Warner, un disco de canciones para las que hizo una sommellerie de tés: para cada tema propuso un mezcla. El disco se llama tealosophy by Inés Berton, y fue un éxito de ventas en España durante el pasado invierno europeo. —Para el segundo tema, “Sweet Revenge”, propuse un té verde enrollado a mano, lavandas de St. Rémy de Provence, rosas y vainilla de Madagascar. Ese tema es muy parisino, y a mí lo que más me gusta cuando llego a París es ir a Place des Voges, dar una vuelta y meterme a comer en un lugarcito que se llama Ma Bougogne. No es elegante ni fino, pero me encanta entrar ahí, comer algo calentito en mesas compartidas. Este disco es como un sueño, porque es viajar con el té, y yo veo que la gente acá en la tienda abre una caja de té y viaja: están en un bosque húmedo de la Patagonia o en las calles de la India. En el tema ocho, “I Will Try”, Inés propone un “tea for my lover, tea for my Ro”: un Hojicha de Japón, una cosecha limitadísima para Rodrigo Tosso, su love y su lover, el chef joven y talentoso con el que se casó el año pasado, un día de lluvia torrencial en medio del campo, y bajo paraguas burlones que decían “No rain, no rainbows”, sin lluvia no hay arco iris. —Con Rodrigo nos hicimos grandes coleccionistas de hueveras. En inglés se llaman egg cup, y en italiano portauovo. Son esos cositos para comer los huevos poché. Tenemos como 250. En Francia estábamos en St. Rémy en Provence, y nos dijeron que en un pueblito de la zona había muchos anticuarios. Y allá fuimos, baguette y queso en el auto, y nos compramos un montón de hueveras, pero nos desviamos como 500 kilómetros. El año pasado yo había ido a París a diseñar una mezcla para Luc Besson, el director de cine. Era año nuevo y no había un solo restaurante. Conseguimos un último lugar en un restaurante de los hermanos Costes, y cuando me levanté para ir al baño vi en un lugar cerrado, donde se vendían cosas del restaurante, una huevera chiquitita que tenía un gorro de visón para ponerle al huevo, diseñada por Phillipe Starck. Le dije a Rodrigo: “No nos podemos ir sin la huevera”. Fue a hablar con el encargado y le dijo una cantidad de mentiras: “Mire, nos casamos ayer”. Nos abrieron el lugar, compramos la huevera, y el precio era… imposible. Salía como tres cenas. Pagamos y no nos quedó ni medio euro. Nos regresamos caminando bordeando el Sena, muertos de frío, pero con la huevera. Cuando viajo no tengo ningún control de lo que gasto y lo que compro. Con los objetos nunca pienso en las consecuencias, nunca pienso que lo voy a tener que traer por avión. Soy capaz de comprarme una mesa. Hace poco, desde Nueva York, mandé diez cajas con teteras de hierro fundido por correo normal. Y llegaron todas. —¿Viajas con tu propia tetera? —Claro. Envuelta con terciopelo, un poquito de té, y una piedra o un Buda. No puedo viajar sin eso. Y sin otra cantidad de cosas. Si olvido algo de todo eso, no me subo a un avión. Como el pañuelo de seda que era de mi mamá, que es el mismo que me ponía cuando tenía 6 años y me dolía la garganta y tenía un olor que a mí me tranquilizaba. Un amigo mexicano, un fotógrafo de modas que vive en Tulum, Enrique Badulescu, me regaló una virgen hace años, y siempre la llevo. Salvo eso, no tengo ninguna maña de viaje. No me gustan los hoteles cinco estrellas, prefiero alquilar un departamento para que Rodrigo me pueda malcriar y cocinarme. Cuando estás casada con un cocinero, haces viajes gastronómicos. En Siena, en la región del Gallo Nero, nos encanta ir a comer aceites de oliva y buenos vinos y aceitunas. En Nueva York vamos a comer thai al East Village. A mí me encanta volver a los lugares en los que ya he estado, quedarme y conocer el lugar, que me conozca el vecino. Salir y saludar. Quizá por eso, porque necesita sentirse como en casa, lo primero que hace cuando aterriza en Francia, en Japón o en Nueva York, es pedir unas rebanadas de pan tostado. —El olor de las tostadas es el olor de la infancia. Me tranquiliza. La paso tan mal en el vuelo que cuando llego a un hotel o a una carpa necesito ese olor tranquilizador. En medio del vértigo del mundo, el olor de las tostadas de pan es todo lo que necesita para dejar de temer. El olor de las tostadas: ese abrazo. Tealosophy Av. Alvear 1883 Galería Promenade, local 37 Buenos Aires, Argentina T. 54 (11) 4808 0483 http://www.tealosophy.com/ Lunes a viernes de 10:30 a 19:30 horas, sábados hasta las 14:30 horas Lata de té de 60 gramos: 6 dólares, de 120 gramos: 13 dólares; caja de cata —cuatro variedades—: 16 dólares, de 18 variedades: 57 dólares. Por el mismo precio hacen custom mezclaing, mezclas personalizadas, pero sólo cuando Inés Berton se encuentra en la tienda. Se le da al cliente la lata etiquetada con su nombre y la fórmula queda archivada en tealosophy.

*Marcelo Piégari-hotel Intersur Recoleta*



Marcelo Piegari abrió su restaurante en el hotel Intersur Recoleta

(CABA).- El empresario inauguró el restaurante Marcelo Cocina Italiana. El local gastronómico tiene capacidad para 114 cubiertos. 19/10/11
El restaurante Marcelo Cocina Italiana abrió sus puertas en el Hotel Intersur Recoleta de la mano del empresario Marcelo Piegari.
En el local gastronómico tiene capacidad para 114 cubiertos. Se organizan almuerzos de negocios, cenas o encuentros con una atención personalizada a cargo de Giorgio, el maître italiano.
El restaurante cuenta con amplios ventanales que dan al jardín. Además, el salón está dividido en varios sectores, cuenta con mesas de madera y una selección de fotografías del artista Michel Litchestein. En el primer piso, Marcelo ofrece un salón privado para eventos y reuniones de hasta 20 personas.
La carta incluye de entrada las insalates, antipasti di mare y antipasti caldi. Entre los platos principales se ofrecen pastas artesanales, frescas y secas, risottos con carnaroli italiano, carnes, pescados y frutos de mar.
Las opciones para los dulces, especialmente para degustar con un café o infusión, incluyen tiramisú, la meringata y la mousse de chocolate.
La carta de vinos tiene etiquetas nacionales e internacionales. Además, se ofrecen variados tragos para la coctelería.El precio promedio por persona es de 180 pesos e incluye vino.