jueves, 7 de agosto de 2008

* el Fetichismo no tiene precio .... *


Tiene razón Andy: "Todo el mundo debería tener derecho a 15 minutos de gloria". A él la fama le duró un poquito más. La frase lo pinta de cuerpo entero. Nadie trabajó tanto como él para hacer de su imagen una marca: con la peluca , los anteojos enormes y la polaroid lista para disparar sobre la celebrity de turno: hoy sería Angelina Jolie.
Idolo del pop, Andy tiró abajo uno por uno los prejuicios de la sociedad de consumo y entronizó a los productos del supermercado en la categoría obra de arte, algo que aprendieron muy bien el travieso británico Demian Hirst, que vende en un millón de dólares sus "farmacias", y el fotógrafo alemán Andreas Gursky, con góndolas de supermarket de varios millones de dólares.
Señores: Andy lo hizo primero. No se entiende a Warhol sin sus latas de sopas Campbel’s, sus Brillo Box y las caras de Marilyn, Liz Taylor y Jackie Kennedy, convertidas en heroínas mediáticas.
Con Marta Minujin (tan warholiana ella) se hicieron amigos y compartieron una performance rodeados de mazorcas de maíz. La Minujin imaginó una parva de choclos como la moneda de cambio para pagar la deuda externa.
No estaba tan errada la creadora de la Menesunda, finalmente la bendición sojera salvó a la Argentina en la peor de las crisis. Las fotos de aquella performance las compró Eduardo Costantini en la primera edición de Pinta, la feria de arte latino de Nueva York, y las tiene colgadas en su piso de doble altura sobre Figueroa Alcorta.
Tuve a Andy Warhol sentado exactamente frente a mí en el show room de la calle 37 y Fashion Avenue para el desfile del otoño-invierno de Calvin Klein del ’86. Igualito que en las fotos: la t-shirt negra, los jeans gastados, la peluca blanca, los anteojos con vidrio de botella y la polaroid colgada del cuello.
A su lado, Bianca Jagger, ex del rolling Mike, era la star del momento. Yo había volado para cubrir el desfile para LA NACION, porque Calvin estaba en la cima de su fama. Había ganado miles de clientes (y millones de dólares) con la campaña de jeans en la que Brooke Shields (entonces una nena) decía con cara de nada: "Entre mis Calvin y yo no hay nada".
En los ochenta, la musa de mister Klein fue la africana Imán, nativa de Somalia, divina, fue descubierta por un fotógrafo del National Geographic que la lanazó a la fama. Cuello de pájaro y cuerpo de gacela. Imán era "la modelo" para el estilo minimalista del campeón del "clean cut". Hoy está casada con David Bowie y se lleva muy bien con los años, como la mayoría de las morenas.
Warhol sacó fotos sin parar y a él le sacaron fotos sin parar. El ritual se había cumplido. Hay que decirlo con todas las letras: sus seguidores han sido legión y sus coleccionistas son muy ricos. El año último un obra de la serie crash car se pagó arriba de los setenta millones.
Pero lo más genial fue la subasta de sus colecciones que merece una líneas más en el espacio infinito de la Web (secreto placer de una cronista viajera).
En febrero del año de su muerte (no me acuerdo el año) volé a Nueva York para entrevistar a Fernando Botero que preparaba una muestra para nuestro Museo de Bellas Artes, esponsoreada por Franco Macri (padre de Mauricio).
Era un invierno helado y cayó la peor nevada de la historia, hasta tal punto que el entonces alcalde Rudolph Giuliani se vio obligado a elegir entre recoger la basura o limpiar las calles tapadas de nieve. Eligió la levantar la nieve… total la basura estaba congelada.
Estaba en Manhattan, caminando por Park Avenue, rumbo al departamento de Botero, cuando ví la noticia en la pantalla de tevé: Warhol había sido internado para ser operado de la vesícula. Pocos días después moría mucho antes de lo pensado. A la muerte inesperada del ídolo que parecía eterno, siguió la subasta de sus colecciones organizada con reflejos rápidos por Sotheby’s.
Oh sorpresa!! Ese iconoclasta de jeans y peluca, vivía puertas adentro, como un lord inglés, en un piso del Upper East Side rodeado de muebles victorianos, platería con punzón y esculturas griegas.
Ese descubrimiento fue mucho más de lo que esperaban sus fans. Sotheby’s tuvo una cosecha récord y se dio el lujo de vender una lata de galletitas de la cocina de Andy en varios miles de dólares. Ya se sabe: el fetichismo no tiene precio.
(Alicia de Arteaga para La Nacion)